Era la única que quedaba. Chiquita, una ventana, una salida..aire.
No vale llorar, no vale decir, no vale enojarse, no vale entristecerse hasta muy hondo.
A veces me dan ganas de guardarlas solo para mí, de dejar a todos afuera pero yo; dejarlos afuera, no ellos a mí.
Y quedármelas. Que sean mías como en aquellos meses de interioridad total, de silencio. Porque nadie sabe verlas como yo, olerlas, disfrutarlas. Hasta con el cansancio más profundo, más aguerrido, son una textura suave en la cual apoyar mi piel y sentir que estoy, que es el lugar, que me cuidan ya desde sus 85 cm de luz.
No me queda mucho más, pero son un mundo; y decir que es poca esa totalidad es faltarme el respeto a mí, a mi precaria isla construida con palitos de helado y masapán...
Yo tengo que ser alguien porque ellas existen, y aunque nadie más me vea, con eso basta, con eso sobra. Alguna vez eso también cambiará, y entonces será el momento de hacer otros cálculos, otros planes, quizas llenos de color, quizas oscuros y opacos.
Ahora no interesa. Ahora mi ombligo está lejos, lejísimos. Y ellas no son un ombligo, porque no lo saben. Ellas son un universo plagado de intriga y encantamientos desconocidos.
- Me cuidás?, les pido a veces. Y me apoyan la palma de la mano en la mejilla y me miran con curiosidad cariñosa.
Ya está. Ya hice casi todo.
Gracias.
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